
No hay vino en casa del pecador ni auxilio para el hijo de la viuda, ¿entiendes? Estoy cansado de vivir reposando tras estos muros inconcebibles y creo que estoy volviéndome loco. Es normal dadas las circunstancias. A mi alrededor sólo encuentro las más ruines, espantosas y crueles alimañas, pero ninguna me presta atención. El pellejo que es hoy mi carne debe resultarles un bocado demasiado rancio. Las ratas –de un tamaño enorme, como un gato joven- prefieren comerse las unas a las otras antes que olisquear mis tobillos. Hace tiempo que me he dado cuenta: ratas, arañas, murciélagos, son ellos mis verdaderos carceleros; no se acercan pero me vigilan a todas horas, lo sé. Se alimentan de mi miedo, saborean cada lágrima que cae de mi noche, tienen el estómago lleno de ellas. Yo, en cambio, me vacío más con cada pestañeo. Y encima el picor. Hace meses que mi espalda está en carne viva porque no puedo dejar de rascarme. Me pica el alma y no sé cómo solucionarlo. Creo que la estoy mudando, como la piel de los reptiles, claro, como yo. Me quema la noche. Sufro por ella, no dejo de morirme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario