miércoles, 28 de junio de 2006

Hokkaido sushi kempo (I): Qué zuzto!

No sé a ciencia cierta si es que comienza a disiparse el furor por el cine de horror oriental o porque ya forma parte del espectro que conforma nuestras carteleras. Y no me valen las explicaciones del tipo El Código Da Vinci ("es mala y punto"): en este caso el fenómeno es tan amplio y heterogéneo -a pesar de unos característicos lugares comunes- que hay de todo: desde tostones infumables hasta obras interesantes. Pero lo único cierto de verdad es que poseen elementos de los que carece el cine de miedo occidental y que, en muchas ocasiones, lo supera. En mi opinión esto sucede de un modo semejante al del origen de alas en insectos y aves: se parte de orígenes muy diferentes para acabar concurriendo en un mismo destino. En este caso ocurre como con el anime, que el origen de sus técnicas y sus rutinas (las caras inexpresivas en las que sólo se mueven los labios) habrá que rastrearlo en el ancestral teatro kabuki o de las máscaras. Echadle un ojo a esto porque no es una teoría descerabrada en absoluto.
Por tanto, lo del cine de terror, ya sea The Ring, La maldición o The Eye, entre otros títulos, responde más a ese atávico mundo de los espíritus tan presente en las mitologías del Lejano Oriente. El problema es que las historias acaban siendo muy semejantes y, salvo las atmósferas y los excelentes momentos de tensión, se acaba cayendo de forma indefectible en el tedio.
No obstante, parece que existen visos de renovación. Hace unos días, y, como viene siendo normal últimamente, vía Dafaka, me tragué una de las últimas pelis de Takashi Shimizu, Marebito. Para mi sorpresa, lo que comienza como un sucedáneo más de la misma historia, again and again, acaba convirtiéndose en una obsesiva película más cercana a Lynch o Cronenberg, pasado todo por una temática que la hermana con Lovecraft. Un tío se mete por conductos de ventilación del metro hasta aparecer en el Mundo Interior, donde se encuentra a una vampiro que rapta como mascota. Relato obsesivo de miedos íntimos en el que la historia no es lo más importante. Recomendable, aunque hay que ir preparado con estómago y moral suficientes.
En fin. Qué quieres que te diga, yo me cago con esas putas películas, soy un puto crío.

lunes, 12 de junio de 2006

El martillo pilón

Este fin de semana he terminado de leer la última obra de Chuck Palahniuk, Fantasmas (Haunted en el original). Como suele ocurrir con este escritor, la bocanada que supone su lectura es de un aire tan fresco que te raja las mejillas. A menudo catalogado como el nuevo Don DeLillo, lo cierto es que comparten un mismo fin (el análisis de la sociedad que les rodea y sus miedos) pero el medio que utilizan es bien distinto. Si Don DeLillo disecciona al norteamericano medio y su psique con un fino bisturí sin que éste se dé cuenta, Palahniuk, un DeLillo vitaminado y supermineralizado, coge un martillo pilón y se lo estampa en la cara. Y, además, antes le avisa para que mire, para acertar en toda la jeta. Para que toda la superficie del martillo cubra su objetivo. Y luego se reirá. Los que ya han leído algo suyo saben que esto que digo es real como la vida misma.
En esta ocasión, el autor de Asfixia ha optado por un envoltorio original y que conecta a la perfección con su estilo literario ligero. A partir de un hilo conductor que progresivamente va haciéndose más y más breve pero, al mismo tiempo, más y más duro, se conectan diversos relatos protagonizados por los personajes que rondan dicho argumento central y a la vez auxiliar: un grupo de tarados que no se conocen entre sí entran en un taller de escritura un tanto sui generis. Como método único, los aprendices de escritor serán recluidos en un teatro abandonado, emulando de forma artificial la célebre reunión que tuvo lugar en la Villa Diodati entre el matrimonio Shelley, Lord Byron y Polidori, y que supuso a la postre la creación de mitos del género de terror como Frankestein o el vampiro (en un cuento de Polidori que Stoker perfeccionaría más adelante). Sin embargo, las épocas no son las mismas y el resultado tampoco: mientras que en Diodati los recluidos se obcecaron en crear maravillas literarias, en el teatro abandonado se preocuparán sólo por la obtención de fama a cualquier precio. A cualquier precio. Aunque haya que hacer cualquier cosa para ello.
Y es ahí donde Palahniuk está como pez en el agua, narrando atrocidades sin límites con un humor inconfundible. Y mientras, para oxigenar, coloca los ya mencionados relatos entre medias, todos ellos originales, unos pocos intrascendentes, una gran mayoría descomunales, que te dejan sin aliento, quién sabe si por las náuseas, las risas o la admiración.
No quiero contar nada más, ya que lo mejor que podéis hacer es sumergiros en este libro y su crítica descarnada a la fama y las pasiones caucásicas, felices e ignorantes individuos todos nosotros.

Fantasmas, de Chuck Palahniuk, es una suerte de novela de relatos no recomendada a niñitos encantados de la vida, de su coche limpito, su polo y su churri. Sí, no hace falta asustar con fantasmas, porque los verdaderos fantasmas, los que de verdad damos miedo, somos nosotros. Nosotros y los extractores de las piscinas.