martes, 23 de enero de 2007

Pantera negra contra el Tío Tom

A pesar de que hay excepciones, creo que el boxeo como espectáculo acabó hace tiempo. Tengo hacia este deporte un sentimiento cuasi romántico (y mira que parece difícil) y siempre acabo por relacionarlo con la mística de épocas pretéritas, quizás a causa del blanco y negro de Toro salvaje, o porque encuentro incoherente un combate que no se celebre en un casino de Las Vegas con luces chilllonas y tenga por asistentes a alegres horteras bañados en cocaína que disimulan sus ojos irritados en enormes gafas ahumadas y su lamentable estado físico entre chaquetas de satén y busconas oxigenadas. Algo raro tiene el ring de boxeo, su particular maldición, que provoca siempre un magnetismo que atrae sólo a los famosetes con ganas de figurar y a la peor escoria de cada sociedad. La última vez que vi por la tele un combate de boxeo vi entre el público a Javier Bardem, incluidle en cualquiera de los grupos anteriormente mencionados.
Nada que ver, no obstante, con los famosetes que acudían antes. Claro que tampoco eran los mismos boxeadores. En la primera mitad de los setenta coincidieron Ali, Foreman o Frazier, por decir algunos. Curiosa época la de los setenta, ávida de líderes de pensamiento, que llevó incluso a fijarse en un animal como Ali para erigirlo en calidad de gurú. Martin Luther y Ali, tanto monta, vamos. Algo así como si eligiéramos nosotros de portavoz a Poli Díaz, ese potro; salvando las distancias, por supuesto. Es gracioso contemplar, asimismo, cómo los dirigentes blanquitos del espectáculo, desde su poltrona, decidieron potenciar esa idea, para que fuera asimilada por todos, blancos y negros, y el beneficio fuese mayor.
Ya tenían a Mohammed Ali, a.k.a. Cassius Clay, el rebelde negro musulmán converso, estandarte de los derechos humanos y el black power, dotado de una verborrea ofensiva y, por qué no decirlo, bastante excesiva, gustoso de pavonearse con su rollo de las mariposas que vuelan y las avispas que pican, muy zen todo. Pero les faltaba el otro tipo de negro. El hijo del tío Tom, el de la cabaña, el negrito bueno, tontorrón y analfabeto que recoge la siega por la mañana y practica vudú por la noche. Y lo encontraron en la figura de Joe Frazier. Sólo les quedaba vender la historia y generar dinero.
A Ali le encantó la movida, porque formaba parte de ella y estaba como pez en el agua, pero a Frazier como que le entrejodía bastante, porque no tenía ni idea de por qué le habían encalomado ese sambenito. El caso es que prepararon el combate y la expectación fue enorme.
Los famosetes querían figurar y no sabían cómo, así que sólo unos pocos privilegiados consiguieron acreditarse como reporteros para presenciar el combate (Norman Mailer de redactor y Frank Sinatra, el de New York y tal, de fotógrafo).
Desde un extremo del ring, Ali le decía de todo a Frazier, que le miraba callado. Cuando el combate empezó, quedó claro que, en efecto, no eran dos negros iguales. Ali, alto, de rasgos suaves, clavaba directos potentes y veloces. Frazier, una mole retorcida y chaparrita, cargaba su brazo lentamente para dar -perdón, pero es la expresión más acertada- hostias como panes. Ninguno de los dos se defendía, simplemente atacaban y atacaban. Eso sí, Ali, entre golpe y golpe, seguía poniendo a parir a su rival. Los rounds fueron pasando y, sorpresa, no sólo Ali no había tumbado a Frazier, a pesar de la cara destrozada de éste, sino que el negrito bueno le estaba dando a base de bien al pantera negra. Al acabar un round, hacia la mitad del combate, Ali, un tanto fatigado, seguía insultando sin parar a Frazier, mientras éste, en mitad del cuadrilátero, sin hablar, le hacía gestos para que fuera allí y se lo dijera a la cara. En ese momento, creo sinceramente que Ali se acojonó.
Frazier no cedió y siguió armando el brazo y lanzando puños descomunales a los riñones de Ali. El resto es mejor que lo veáis vosotros mismos, aunque sólo sea por tener el placer de ver el bocazas de Ali tambaleándose así. Os incluyo en el primer vídeo los round 10 y 11 (ojo al final de este último) y la caída de Ali. En total son veinte minutos, pero merecen mucho la pena. El combate entero, si os interesa, está en youtube.
Hoy uno vive entre los temblores del Parkinson y otro malvive en un cuartucho de un mísero gimnasio al más puro estilo Million Dollar Baby.
Qué tiempos, anyway...




domingo, 14 de enero de 2007

Juguemos al metadiscurso

**Se recomienda haber visto The Prestige antes de leer este post**

Ocurre con The Prestige como con muchas otras buenas -o muy buenas, o geniales- películas como El bosque, El nuevo mundo o la reciente Banderas de nuestros padres: que el público puede salir de su proyección creyéndose estafado. En estos otros casos habrá que buscar a los culpables de ello entre los responsables de su publicidad, que intentan vender de forma agresiva o comercial lo que no lo es. Con The prestige, en cambio, deberíamos fijarnos en El ilusionista, la agradable obra protagonizada por Edward Norton que aún puede encontrarse en las carteleras. Ajustada a los cánones clásicos, de irreprochable factura técnica y perfectamente interpretada, deja predispuestos a los espectadores a posibles nuevas películas de magos que mantengan una estructura semejante o un discurso continuista con la obra de Neil Burger. Y hete aquí que aparece como el que no quiere la cosa, o peor, como intento de aprovecharse del éxito de esta película, el bueno de Christopher Nolan con The Prestige bajo el brazo.

¿Qué ocurre? Pues que sí, que The Prestige es una película de magos, cierto, pero, antes que nada, es una película de Nolan, lo cual conlleva muchos factores. El primero, una forma de montar la historia a su antojo, inteligente y no arbitraria, jugando con el hilo narrativo, corriendo y descorriéndolo de su bobina, usando a uno y otro personaje como narrador, pero nunca como mero artificio (el mago que lee el diario del otro mago en las fechas en que ese mago intentaba descifrar el diario del primer mago, dos caras de una misma moneda persiguiéndose como un gato a su cola, magistral). El segundo, una historia densa, opresiva, dolorosa, de sacrificios sin fin ni recompensa lo suficientemente grande (la única que se sale del patrón es Insomnio, que más que una película de sacrificio es una película de redención, áunque también sin recompensa final). Y el tercero, y quizás más importante, el metadiscurso.

Digámoslo ya abiertamente. The Prestige no es una película con moraleja, ni siquiera una moraleja con película adosada. Es un ejercicio no de estilo, sino de director, una tesis con ejemplo práctico, un film-ensayo, por llamarlo de algún modo. El film va abriendo su cáscara poco a poco, juego a juego (entre director y espectador, no ya entre Bale y Jackman), truco a truco, hasta que los personajes pierden razón de ser (los secundarios van despareciendo con excusas más o menos veladas y los principales se desvirtúan por multiplicidad, por decirlo de forma delicada) hasta que Nolan, por boca de Bale, habla al espectador, por oído del moribundo Jackman, y le cuenta qué es todo aquello. Una alegoría del sacrificio del artista, que pierde su personalidad en pos del asombro del público, del esfuerzo del escritor, que halla su reconocimiento en los intentos de ese público por intentar ser más listos que el autor, en las preguntas que se hacen a lo largo de todo el metraje de la película, que es el ejemplo aplicado (¿cómo hará el truco éste y aquél? ¿Sería en realidad el muerto el doble borracho de Jackman, asesinado por éste para no tener que pagar el chantaje?) y, finalmente, en el deseo no reconocido de que nos encantaría que nos engañasen así de bien una y otra vez.

Los hermanos Nolan proponen acertijos encadenados desde el principio para que nosotros, incautos, nos hagamos los listos y entremos al trapo, y fallando una y otra vez para, finalmente, darnos cuenta de que la traca final la dicen desde el principio... Sólo que nos negamos a aceptarla porque somos más listos que el hambre, ¿no?

Hay y habrá quien tache de tramposa a esta descomunal película. Desde luego, para mí no lo es, en tanto que en ningún momento el tahúr Nolan esconde sus cartas: vamos a ver un juego, lo tomas o lo dejas. Nada que ver con aquellos verdaderos tramposos que recurren a lo fácil o lo absurdo sin más para justificar lo injustificable (el ejemplo más claro es Fallen).
Digo yo, vamos.

sábado, 6 de enero de 2007

Tira me a las arañas! Rompeme el hocico!




Bueno, creo que, con la excepción del disco de Tool, en este blog no se habían tocado los asuntos musicales. Craso error, pero ya mismo lo enmiendo. Eso sí, no esperéis encontrar aquí demasiados grupos comerciales, por así decir, ya que sería desentonar bastante con la tónica friki-cultureta que impera en esta vuestra página.
Y qué mejor forma de empezar a hablar de musica que con el grupo más descerebrado que ha llegado a mis oídos y que, desde luego, más les ha cautivado: The Mars Volta.
Pero mejor dejo el post para los comentarios que me hagáis tras haber oído el par de canciones que os dejo aquí arriba. La primera es Day of the baphomets, es de su último álbum, Amputechture, y aparte de las más que notorias influencias de King Crimson, os pediría que prestáseis atención a la espídica y desquiciada sección de percusión que hay en la última mitad de la pista. Y la otra se llama L'via L'viaquez, es del disco anterior -Frances the Mute- y mezcla dos estilos un tanto antagónicos, mejor que lo descubráis vosotros mismos. No obstante, a mí, que me encanta este grupo, me costó acostumbrarme a él unos meses, así que creo que, de entrada, os repugnará, pero mejor me lo contáis vosotros mismos. Os espero.