
Tras despojarnos de todas nuestras pertenencias electrónicas (incluidos los mp3) y nuestras armas de fuego, nos metieron en la zona de invitados en la que no podíamos siquiera asomarnos para ver las bancadas. Pero lo cierto es que tampoco necesitábamos una mayor perspectiva. Con lo que veíamos teníamos suficiente.
Pepiño Blanco se recostaba en su escaño de espaldas al estrado mientras se sacaba un moco y lo pegaba en el escaño de al lado, que, por supuesto, estaba vacío (más o menos faltaba un 40 por ciento de los diputados); una fila más arriba, a su izquierda, otro diputado socialista no hacía más que pegar gritos a los del PP ("¡Torpes! Zaplana, es todo culpa tuya!"), a los que no podíamos ver porque estaban debajo nuestro, pero sí oír sus gritos (en especial un "que os den" de claridad meridiana); en el centro del hemiciclo dos señoras diputadas (qué mal suena) parecían hacer ganchillo mientras comentaban las evoluciones de sus adorables nietecillos; un tipo leía una revista con total impunidad y relajo; el resto se dedicaba a hablar por el móvil o con el compi de al lado alegremente o a chatear por internet. Finalmente, cuando se iban aburriendo, abandonaban la sala y se iban a tomar un cafetito. No está mal para el sueldo que cobran. Qué sacrificio, qué sangre española tan pasional, qué vida política tan agitada la de estos prohombres.
Anoche me desperté tras soñar que yo era Guy Fawkes (¿que quién es Guy Fawkes? Eso lo sé hasta yo) y el Congreso mi víctima propiciatoria. Tan sólo espero que estrenen pronto V de Vendetta y que sea tan buena como dicen para poder quitarme a estos cínicos, chorizos y embusteros tiparracos de la cabeza. Coño.
V de Vendetta, próximamente en su cine más cercano, es la adaptación de la anarco-novela gráfica del mismo nombre creada por Alan Moore y David Lloyd (¿qué haces que aún no la has leído?) que está inspirada en la figura del británico Guy Fawkes.